Provincias Unidas quiere dejar de ser un armado coyuntural y convertirse en programa: los seis gobernadores salieron con un decálogo “productivista” para ordenar discurso y campaña integrada, antes de que el sello se vuelva gaseoso como le pasó a Somos en PBA. El movimiento busca blindar identidad y diferenciarse de Milei sin caer en la nostalgia del peronismo clásico.
Los Diez Mandamientos, todos juntos, dicen así: “(1)Hay dos miradas: una gobierna hace dos décadas; nosotros somos la otra; (2)hay que hacer una revolución educativa que ponga al país a la vanguardia de la IA y el cambio tecnológico; (3) no a los vetos, sí a los votos; (4) es tiempo de ideas, no de ideologías; (5) nadie discute el equilibrio fiscal ni el orden macro; (6) necesitamos un Estado transparente, sin corrupción, eficiente en el gasto y certero en la inversión; (7) la inversión en infraestructura es fundamental para el desarrollo, el bienestar y el progreso; (8) la obra pública nos hace más competitivos; (9) la articulación público-privada es imprescindible; (10) para que todo eso ocurra, hacen falta paz, orden y seguridad para todos los argentinos”.
Mucho de eso suena a «sentido común»: equilibrio fiscal, transparencia, infraestructura, cooperación público-privada, seguridad. Son pisos que cualquier gobierno debería cumplir, no banderas que por sí solas ganen una elección. El valor agregado, si lo hay, será en cómo se financia, con qué cronograma y con qué prioridad territorial. Sin números, el decálogo es más un marco de conversación que un plan.
El dardo político aparece donde dice “no a los vetos, sí a los votos”: es una respuesta al uso del veto presidencial y una promesa de mayorías legislativas para imponer agenda, no selfies en Casa Rosada. Los gobernadores avisan que jugarán en el Congreso y que, después de octubre, pretenden traducir capital territorial en poder institucional.
El corazón del documento está en la “paz de las obras”: infraestructura y obra pública como motor de competitividad para el interior productivo, contra la prédica de “cero obra” del oficialismo. Ese tono “desarrollista sin culpa” intenta retener votantes moderados: equilibrio macro, sí; motosierra, no. La apelación a la articulación con el sector privado refuerza la idea de gestión, no de épica.
También hay una jugada sobre el clima: “Estado transparente, sin corrupción” en semanas atravesadas por el 3% y el “Karinagate”. Provincias Unidas busca ocupar el terreno de la ética pública sin romper con la palabra “Estado”, algo que Milei asocia con privilegios. El mensaje: eficiencia y control, pero con obra y políticas activas donde haga falta.
En forma, la campaña será coral: Llaryora (Córdoba), Pullaro (Santa Fe), Valdés (Corrientes), Torres (Chubut), Sadir (Jujuy) y Vidal (Santa Cruz) pondrán cara y letra en spots cruzados, bajo la batuta de Guillermo Seita, hombre del cordobés Juan Schiaretti. No es un detalle: la marca es “provincias” y el producto es gestión; si suena a consorcio federal y no a partido, mejor. La apuesta es pescar por fuera de los núcleos duros y hablarle al voto huérfano de la centro-derecha tradicional, que es el que viene alimentando la baja participación electoral.
Para no convertirse en “Somos”, que terminó sacando los mismos números que la izquierda, el decálogo busca tiempo y volumen: que la alianza no sea un eslogan (aunque muchos mandamientos suenen a eso) sino una gramática de gobierno. El riesgo es la vaguedad: sin plan de pagos, metas y obras con nombre y apellido, el decálogo será un buen flyer. La prueba real llegará después de octubre, cuando haya que bajar a presupuesto aquello que hoy suena razonable y, por eso mismo, demasiado obvio.