En la cadena de causas y efectos del mileísmo, el reemplazo de Guillermo Francos dejó algo más que un vacío político: aceleró el giro anti-China y puso en pausa proyectos con financiamiento de Beijing, empezando por las represas de Santa Cruz. La diplomacia va rápido: con Francos afuera, el gobierno endureció su lenguaje, Washington aplaudió y del lado chino apareció la primera señal de frío en la tubería de dólares para obra pública.
No es un fenómeno aislado: forma parte de una ofensiva made in Trump 2.0 donde China vuelve a ser enemigo sistémico, con tarifas, vetos y retórica de “desacople” como columna vertebral. El libreto es conocido —aranceles punitivos, controles a inversiones, alerta sobre “infraestructura crítica”— y ya fue enunciado en la campaña y en la propia Casa Blanca: “más barreras, menos dependencia” del gigante asiático que amenaza con ser la nueva superpotencia mundial. El mensaje baja hasta el Sur con nombre y apellido.
Ese apellido es Bessent. Scott Bessent. En su tour argentino, el secretario del Tesoro respaldó las “reformas históricas” y al mismo tiempo dejó claro el objetivo estratégico: contener la expansión china en la región. Apuntó contra la arquitectura de préstamos de Beijing, agitó la bandera de seguridad (bases, estaciones, observatorios) y celebró un alineamiento que, llegado el caso, implica revisar swaps, créditos y obras. No hubo eufemismos; la respuesta oficial china lo acusó de “mentalidad de Guerra Fría”. Traducción: si Argentina se mueve, China también.
El problema para el mileísmo es que Guillermo Francos se había convertido en el “hombre puente” con Beijing. Su agenda estaba plagada de reuniones con el embajador Wang y emisarios empresariales: energía, litio, infraestructura, represas. En Washington ese networking encendió alarmas: demasiadas visitas, demasiadas fotos, demasiados proyectos firmes. La salida de Francos, leída desde afuera, despeja la mesa y evita “grises” en un momento de definiciones.
¿Y qué pasa cuando ese puente se corta? Pasa que los proyectos que vivían de ese vínculo se congelan o retroceden un casillero. Caso testigo: las represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic en Santa Cruz, un paquete financiado por un consorcio de bancos chinos que venía de alternar frenos y amagues de reactivación, que se frenó en el macrismo, no se reactivó con el Frente de Todos y ahora parece condenado, al menos hasta un cambio de gobierno. Con Francos afuera y el clima endurecido, el veredicto de coyuntura es obvio: sin política, no hay desembolsos.
El dato de contexto lo redondea la propia prensa norteamericana y asiática: la “línea Trump” sobre China volvió con esteroides (amenazas de aranceles del 100%, controles a sectores sensibles), lo que vuelve tóxico cualquier proyecto grande que necesite avales cruzados. Si arriba discuten con misiles retóricos, abajo los bancos de desarrollo levantan el pie del acelerador. La macro-geopolítica no lee licitaciones: lee mapas.
Bessent, por su parte, intentó suavizar después: dijo que no pidió “terminar el swap” con China, pero en la misma frase volvió a apuntar a instalaciones consideradas sensibles por Washington. El mensaje para Balcarce 50 fue de manual: pueden convivir, siempre y cuando la puerta estratégica no quede para el lado de Beijing. Esa ambigüedad —permiso económico, celofán geopolítico— es la que hoy sienten en la Patagonia.
Del lado chino tampoco hubo sutilezas. La embajada contestó por escrito que la doctrina Bessent es intervencionista y que la cooperación con Argentina no depende de Washington. Otro traductor simultáneo: quieren seguir, pero no a cualquier costo político. En un tablero donde los dólares para obra pública son escasos, cada comunicado se lee como una señal sobre el próximo giro de la canilla.
La novela de las represas lo muestra en crudo. Este año hubo promesas de reactivación focalizada —empezar por Cepernic, dejar Kirchner para una segunda etapa—, cartas de intención y gestiones provinciales para que vuelvan las transferencias. Con el nuevo clima, todo queda en “stand-by” de facto: sin garantías de que la relación bilateral tenga un piso estable, ningún banco serio aprieta “enviar”.
El Gobierno, claro, dice que es una “alineación de valores” y que los dólares vendrán por otro lado. Puede ser. Pero en el mientras tanto hay consecuencias contables: si frenan los giros chinos, no sólo se frena la obra; también se frena empleo, contratistas, proveedores y una parte del plan energético del sur. La geopolítica, cuando baja al Excel, deja de ser debate académico. Y todo esto sin que los chinos amaguen con dejar de comprar materias primas a Argentina.
Por eso la foto Francos-China pesaba más que una interna local. Era un seguro político para que los proyectos no dependieran del humor de Washington. Con su salida y el protagonismo de Bessent, la señal es inequívoca: Milei elige el camino trumpista aun si eso encarece —o posterga— la financiación de obras estratégicas. Después se verá cómo se reemplazan esos dólares. Hoy, lo único inmediato es el freno por eso de la alineación automática.
La conclusión es incómoda pero sencilla: en el juego de bloques, cada movimiento cuesta. Mucho se especuló si la salida de Francos era para hacerle lugar a Santiago Caputo o una victoria de Karina por ponerlo a Manuel Adorni. Todo saraza. Sacar del medio al funcionario que hablaba con todos despeja la línea ideológica de cara a Trump. Y en Argentina, donde las obras se pagan con préstamos antes que con caja propia, ese detalle no es un concepto: es una excavadora apagada a la vera del río.

