Con Javier Milei al mando, la propaganda oficial repite que la llegada de los F-16 “inaugura una nueva era”, que “la Argentina grande está despegando” y que estos cazas “llegan para custodiar nuestros cielos y defender a los argentinos” y «la soberanía se defiende en serio», como se ve en posteos oficiales de la Fuerza Aérea y del propio gobierno en redes sociales. Suena épico, tiene buen copy para Instagram y fotos espectaculares de aviones rasando la pista. El problema empieza cuando corrés la cortina de humo y mirás la letra chica: qué se compró, qué se dejó de comprar y, sobre todo, contra quién se supone que deberían disuadir estos aviones.
Porque Argentina no tiene veinte hipótesis de conflicto. Tiene una sola, clarísima, desde 1982 y antes también: el Atlántico Sur y las Malvinas. Todo lo demás (narcotráfico, control de espacios aéreos irregulares, entrenamiento) es importante pero secundario frente a la cuestión de soberanía. Sin embargo, el paquete que firmó el gobierno con Dinamarca (que no reconoce la soberanía argentina sobre Malvinas) y Washington nos deja con 24 aviones F-16A/B MLU Block 10/15 de principios de los 80, reacondicionados, comprados por unos US$ 300 millones, según medios especializados como Militär Aktuell y Last Stand on Zombie Island. Es decir: pagamos caro por material que Europa ya decidió retirar, y encima lo hicimos de la mano de los mismos aliados de Gran Bretaña que ocupan las islas.
Antes de llegar a este final, hubo otro camino posible. Durante el gobierno de Alberto Fernández, la Fuerza Aérea y el Ministerio de Defensa evaluaron seriamente varias opciones: F-16 usados, el HAL Tejas indio y, sobre todo, el JF-17 Thunder chino-pakistaní. Medios como Buenos Aires Times contaron cómo Estados Unidos presionaba para que Argentina eligiera los F-16 daneses en lugar del JF-17 o el Tejas. A la vez, portales de defensa como Zona Militar y foros como Aviación Argentina siguieron de cerca las visitas de delegaciones argentinas a China para evaluar al JF-17 y hasta hablaban de la posibilidad de un “Pulqui III” co-producido en FAdeA. Esa ventana se cerró con Milei y con el realineamiento total con Washington.
En términos técnicos, la comparación también duele. Según la ficha de la propia Fuerza Aérea de EE.UU., un F-16 en misión aire-superficie típica tiene un radio de combate de algo más de 800 km con carga de armas, dependiendo del perfil de misión. El JF-17, en cambio, está pensado desde el arranque para operar en teatros marítimos extensos y se le atribuye un radio operativo del orden de 1.300 km y un ferry range cercano a 3.500 km, de acuerdo a fichas técnicas como Airforce-Technology y otros compiladores especializados. Traducido: para Malvinas y el Atlántico Sur, donde cada kilómetro importa, el JF-17 calzaba mejor que los F-16 viejos que estamos comprando.
La otra diferencia no es solo técnica sino política. El JF-17 se ofrecía nuevo, con menor presencia de componentes británicos y con margen para transferencia tecnológica y co-producción en Argentina; varios análisis de defensa señalaban que podría darle al país más autonomía estratégica respecto de vetos de Londres y Washington. En cambio, la opción F-16 viene atada a toda la cadena de autorizaciones y vetos de la OTAN. La experiencia reciente ya lo mostró: el Reino Unido bloqueó antes la venta de FA-50 surcoreanos a Argentina justamente por tener seis componentes críticos británicos, como reveló AirDataNews y, más atrás, viene sosteniendo un embargo de hecho desde 1982, presionando a terceros países para frenar acuerdos con Argentina, como analizó Defense News.
Con los F-16 daneses pasa algo similar: cualquier actualización importante de software, radar o armamento tiene que pasar por el visto bueno de Estados Unidos, y en la práctica no se mueve una tuerca sin que Londres mire qué estamos comprando. Zona Militar muestra claramente cómo el Departamento de Estado norteamericano celebró en X las declaraciones de Milei sobre la compra de F-16, remarcando que se trata de un paquete con asistencia financiera, armamento y soporte que pasa por Washington. En los comentarios de esa misma nota, especialistas señalan que estos F-16 “no ofrecen disuasión contra el Reino Unido para recuperar Malvinas” y tampoco servirían para la hipótesis prioritaria de narcotráfico que el propio gobierno agita.
Además, está el tema de la antigüedad. Los F-16 ofrecidos son A/B MLU Block 10/15, producidos a inicios de los 80 y luego sometidos al programa Mid-Life Update, como detallan análisis técnicos de Full Aviación y notas como la de Last Stand on Zombie Island, que hablan directamente de “circa 1980s” para los aviones argentinos. Que tengan modernizaciones no cambia lo esencial: Europa está saliendo de esa generación de F-16 y migrando a F-35 o a variantes mucho más nuevas, mientras nosotros compramos la flota que ellos jubilan.
Del lado chino-pakistaní, el JF-17 tiene otra ventaja que acá se tapó: las versiones más modernas (Block III) incorporan radar AESA KLJ-7A y pueden montar misiles aire-aire de largo alcance PL-15, con alcances de exportación de alrededor de 145 km y versiones internas que superan los 200 km, según reportes recientes del Dubai Airshow 2025 y notas de prensa internacionales. No hace falta comprar todo eso, pero al menos existía la posibilidad de negociar un paquete pensado para el Atlántico Sur, con capacidad real de combate BVR sobre el mar. Con el F-16, en cambio, vamos a depender de lo que Estados Unidos esté dispuesto a vender a un país que tiene un conflicto abierto con uno de sus principales aliados de la OTAN.
Los defensores del F-16 repiten que, más allá de Malvinas, estos cazas “restituyen la capacidad de interceptación supersónica” y refuerzan la “disuasión” argentina. Ahí es donde aparece Luis Petri sacándose fotos con maquetas y afirmando que los F-16 son “un impacto trascendental en la defensa aeroespacial nacional” y que llegan para “custodiar nuestros cielos”, como dicen piezas oficiales del Ministerio de Defensa y de la Fuerza Aérea. Pero si el radio de acción real sobre el Atlántico Sur sigue siendo limitado, si no tenemos tanqueros estratégicos modernos para extenderlo y si encima nuestros aviones están atados a vetos de dos países que ocupaban y ocupan Malvinas, la pregunta es obvia: ¿a quién están disuadiendo en serio? ¿Al Reino Unido o a los países vecinos que no tienen lobby en Washington?
Mientras tanto, el costo de operación tampoco es menor. Distintos analistas estiman que un F-16 puede costar entre 10.000 y 12.000 dólares por hora de vuelo, en una estructura presupuestaria argentina donde más del 90 % se va en salarios y gastos corrientes, y donde hace décadas que cuesta incluso mantener en el aire a los Pampa o a los A-4. Si cada hora de entrenamiento se convierte en un lujo y no en una rutina, lo que estamos comprando no es una capacidad aérea sólida, sino un símbolo caro que volará poco y se mostrará mucho en desfiles.
En paralelo, académicos que analizan la política del actual gobierno sobre el Atlántico Sur señalan que la compra de F-16 encaja perfecto con el giro de Milei hacia un realineamiento fuerte con Estados Unidos, incluso a costa de diluir el reclamo concreto por Malvinas. El Boletín del Equipo de Investigación de la Cuestión Malvinas de la UNLP habla justamente de esa “twittpolitik” (política de tuits) que combina gestos simbólicos, elogios a Margaret Thatcher y silencios frente al perfil extractivista creciente del archipiélago ocupado. En ese marco, la elección de un caza norteamericano viejo pero políticamente funcional dice mucho más sobre geopolítica que sobre defensa real.
En síntesis, los F-16 no son “malos aviones” por sí mismos. Lo que los convierte en una mala compra para Argentina es el combo: son viejos, caros de operar, atados a autorizaciones de Estados Unidos y el Reino Unido, con capacidades cuestionables para la única hipótesis de conflicto que importa (Malvinas y el Atlántico Sur) y sin un esquema serio de transferencia tecnológica que fortalezca la industria local. El JF-17 no era la panacea, pero ofrecía más autonomía, más margen de negociación y mejor calce para nuestro mapa. Al respecto, desde VEM recomendamos leer el capítulo 9 de las 10 Industrias Estrategias para profundizar sobre revitalizar la defensa aérea con mano de obra argentina.
Lo que compró Milei, al final, no es tanto un sistema de armas como una foto geopolítica: aviones made in OTAN para un país que cede soberanía económica, alinea su política exterior con Washington y Londres, y vende como “defensa nacional” un paquete que sirve más para desfilar en Córdoba que para cambiar la correlación de fuerzas en el Atlántico Sur. Para ellos, perfecto. Para nosotros, otra oportunidad perdida.

