Scott Bessent cruzó el Rubicón financiero con la sutileza de quien ya vio esta película: anunció que el Tesoro de EE. UU. compraba pesos y cerraba un swap por US$ 20.000 millones con el BCRA, planchó los dólares financieros en la semana clave y, cuando bajó el humo, desarmó posiciones con saldo a favor. “Estabilización”, le dicen en Washington; “carry Bessent” suena más sincero en Buenos Aires.
Antes ya había pasado. En septiembre de 1992, cuando la libra parecía demasiado “respetable” como para caer, el equipo de Soros Fund Management —con Scott Bessent al mando de la oficina de Londres— apostó a que el Banco de Inglaterra no podría sostenerla dentro del Exchange Rate Mechanism (Mecanismo de Tipos de Cambio). El resto es Black Wednesday: ventas cortas gigantes, subas desesperadas de tasas que no alcanzaron y una derrota histórica del regulador. El fondo de Soros se llevó más de US$ 1.000 millones en ganancias y Bessent quedó sellado como “el discípulo” que aprende mirando al maestro romper una moneda “intocable”.
Esa secuencia explica el “lo hizo de nuevo”: comprar lo que todos desprecian o shortear lo que el establishment jura que aguanta. En 1992, la libra “siempre ganaba”… hasta que no. Tres décadas después, con otro sombrero —ahora como funcionario y operador macro—, Bessent lee el manual al revés, apuesta a favor del peso y vuelve a sacar rédito donde el mercado cree ver dogmas. No es nostalgia: es la misma lógica táctica aplicada a otro tablero.
Los hechos duros están: el 9 de octubre, el Tesoro confirmó una compra directa de pesos y la firma del swap con Argentina; después vinieron nuevas intervenciones “a mercado” reconocidas por el propio Bessent. La operación, rara para un Tesoro, se vendió como salvavidas pre-electoral para evitar otro salto del tipo de cambio.
¿Dónde “durmieron” esos pesos? Acá aparece el truco de mago con guantes blancos. A fines de octubre, Infobae reveló que la montaña de pesos del Tesoro estadounidense no estaba en bancos comerciales sino estacionada en letras del BCRA hechas a medida, fuera del sistema bancario. Una semana después, llegó el final del acto: desarme de esa inversión y salida ordenada. Estabilizar con una mano, cobrar intereses con la otra.
El dato que en la city entusiasma y en la política quema: opacidad total en la intervención, rumores firmes de ganancia para el Tesoro y cero hoja de términos pública. En paralelo, otras crónicas (y un paper-brief local) sugirieron que el BCRA emitió un instrumento “a medida” por unos $2,7 billones para absorber justamente esos pesos. Si eso no es arquitectura financiera, pega en el palo.
El relato pro–mercado dirá que todos felices: bajó el contado con liqui, hubo respiro para el Gobierno y al final del cuento el Tesoro de EE. UU. “no perdió un dólar”. El problema es el espejo: si el precio de la calma es crear un acreedor extranjero con salida preferente remunerada en pesos y ventanilla de regreso a dólares, lo que se gana en octubre se puede pagar con intereses en noviembre. Y eso sin contar la política: El paquete como un respaldo geopolítico al mileísmo con promesas de otros US$ 20.000 millones privados que, por ahora, están en veremos.
¿Hubo además venta “barata” de dólares a jugadores amigos para domar al CCL? LPO publicó versiones de mesa que apuntan en esa dirección. ¿Cuánto “quemó” el norte en plena previa? Estimaciones periodísticas hablan de días con US$ 400–500 millones encima. Nada de esto lo desmintió con papeles el oficialismo. La palabra clave sigue siendo opacidad.
El telón de fondo complica más el cuadro: Argentina ya prorrogó en abril el swap con China por US$ 5.000 millones activados, y ahora suma otro swap monumental con EE. UU. El multilateralismo criollo suena fenomenal hasta que recordás que ambos swaps anclan condicionamientos y una misma idea: estabilizar el peso depende de la geopolítica tanto como de la macro. Si suena a “doble tutelaje”, no estás mal. El tema es si los Estados Unidos mantendrá este doble condicionamiento después de haber metido mano en el gabinete de Milei sacando Francos por «pro China»
¿Ganó Bessent? Si medimos en términos de trade, sí: compró pesos cuando todos los tiraban por la ventana, los estacionó en un instrumento del BCRA y salió con renta. Si medimos en política, también: dejó al Gobierno con el titular de la “estabilidad” y a la oposición discutiendo en voz alta si eso es ayuda o coloniaje.
La pregunta incómoda es obvia y nadie la responde: ¿cuáles son los términos del swap y de las letras? Tasa, plazo, garantías, cláusulas de salida, prioridad de pago. No están en el Boletín Oficial ni en la web del BCRA. Cuando un Estado extranjero interviene “para estabilizar” y además cobra por hacerlo, la transparencia no es un lujo académico: es la diferencia entre una política pública y un subsidio discrecional a un carry con bandera ajena.
Y sí, el título tiene mala leche. Pero describe el núcleo: el “discípulo de Soros” —así lo pintan sus críticos— compró pesos y salió ganando. La Argentina, en cambio, compró tiempo. Porque si la estrategia es la que insinúa el propio equipo económico —bajar riesgo país, rolear todo y evitar usar reservas—, cada intervención exitosa de Bessent hoy es un recordatorio de quién puede apretar el botón mañana.

