El canciller Gerardo Werthein pateó el tablero a cuatro días de las legislativas y presentó la renuncia, enfureciendo al triángulo de hierro. Es la segunda baja en la misma cartera (antes había renunciado Diana Mondino) aunque el propio Milei había prometido mover piezas recién “después del domingo”. Si la idea era evitar ruido preelectoral, salió en Dolby 5.1.
La versión oficial ensaya que todo estaba previsto, pero la cronología es menos zen: el Presidente blanqueó que rearmaría el gabinete tras la votación y, a las horas, el canciller se bajó del escenario. En la Rosada hubo chispazos: roces internos, comunicación fallida alrededor del “auxilio” de EE.UU. y, sobre todo, la sombra cada vez menos sombra de Santiago Caputo entrando a la grilla con cargo propio.
El factor Santiago Caputo es el elefante en la sala. La renuncia llegó por WhatsApp y con el “factor Santi” en primer plano. Las tensiones con el asesor presidencial precipitaron el adiós de Werthein, que no se fumó las chicanas de Las Fuerzas del Cielo por la bilateral fallida con Trump. Si la jefatura de Gabinete queda para él, el manual de estilo pasará de “gobernar por asesoría” a “gobernar con firma”. El cambio no es solo de nombres: es de poder y el ex canciller no estaba dispuesto a ese juego.
¿Y ahora quién firma notas verbales y acomoda saludos en la tarima de emergencia que es la semana electoral? En el poroteo de reemplazos, Guillermo Francos aparece “expectante” para saltar de Interior a Cancillería si entra Caputo y si los republicanos lo aceptan, dado que el actual jefe de ministros ya tuvo sus chispazos con el oficialismo norteamericano desde los tiempos de Clever Carone. Sin embargo, el dominó no terminó con el primer golpe.
El casting para el resto del gabinete ya salió a la luz cual planilla Excel filtrada. LPO adelantó el “dream team” post elecciones: Santiago Caputo jefe de Gabinete, Federico Sturzenegger en Economía («La credibilidad de Toto Caputo está terminada»), Francos (el hombre de Eduardo Eurnekian en el gabinete) a Cancillería, Diego Santilli a Interior por Catalán y Cristian Ritondo ocupando la silla de Martín Menem en la presidencia de la Cámara de Diputados. Menem, por su parte, iría al lugar de Adorni, que asumiría su banca en la legislatura porteña. Falta el “OK de Karina”, advierten quienes saben que la Secretaria de la Presidencia no estaría de acuerdo con algunos de estos cambios.
El oficialismo intenta venderlo como refresh para “la segunda temporada”, pero la placa de Ámbito recuerda un dato menos marketinero: las bajas ya sumaban decenas antes de la tormenta Werthein. Si encima la cancillería encadena dos renuncias en menos de un año (Diana Mondino out, Werthein out), la política exterior se vuelve esa silla que nadie quiere en el musical: cuando para la música, estás parado.
En paralelo, Bullrich, Petri y Adorni ya estaban con un pie afuera para saltar al mundo legislativo. Otros, como el Ministro de Justicia Cúneo Libarona estaría en la cuerda floja y el nombre que suena sin terminar de convencer es Guillermo Montenegro, intendente de Mar del Plata que después de diciembre debería asumir en la legislatura bonaerense. Otro de los puntos críticos es el Ministerio de Defensa que deja el cuestionado Luis Petri. Milei no consigue a nadie que se quiera hacer cargo del quilombo que deja el mendocino, que incluye un cóctel de problemas con la obra social y bajos salarios. En el lugar de Bullrich podría entrar Alejandra Monteoliva, su vice, en una movida de Patricia para no largar el Ministerio de Seguridad. El Gobierno habla de “reformas de segunda generación”; el ciudadano promedio entiende “segunda tanda de mudanzas”. Si el domingo no acompaña, la mudanza puede traer camión de refuerzo.
Gerardo Werthein se fue y el éxodo empezó a conjugarse en presente. La campaña perdió otro decorado. Si el resultado del domingo habilita el “gabinete Caputo”, la narrativa de orden tendrá su prueba de fuego más temprano que tarde. Si no, nos espera otra versión del mismo cuento: cambios “para consolidar” que llegan para contener. En ambos casos, el mensaje que dejó esta semana es idéntico: el poder real ya no está detrás del telón. Se sentó en la mesa y se prendió un pucho.