Mientras aumentan los legisladores evangelistas Milei se reune

Javier Milei profundiza su alianza con el evangelismo internacional

La foto no necesita pie: en el despacho presidencial, Javier Milei recibe a Franklin Graham, jefe de la Billy Graham Evangelistic Association y de Samaritan’s Purse, flanqueado por directivos de ambas organizaciones. La Casa Rosada difundió la reunión como un encuentro institucional con un predicador de fama mundial. En clave política, es otra señal de aproximación del gobierno argentino a la red evangélica global que orbitó —y aún orbita— cerca del trumpismo.

Graham no es un pastor cualquiera. Conduce la estructura fundada por su padre, el célebre Billy Graham, y encabeza una ONG humanitaria con despliegue planetario. Bajo su mando, BGEA y Samaritan’s Purse organizan cruzadas masivas, manejan cientos de millones de dólares en donaciones y viajan con una agenda teológica nítida y una cintura política entrenada. Es, en castellano básico, poder blando con chequera.

Detrás del currículum prolijo conviven también controversias conocidas: la condición de fe exigida a voluntarios en los despliegues de su hospital de campaña en Nueva York durante la pandemia —con críticas por cláusulas anti-LGBTQ+— y pronunciamientos duros sobre el islam que le valieron vetos y protestas. Nada de esto impidió que su influencia creciera. Sí ayuda a entender qué sensibilidad política trae la comitiva que se sentó frente al sillón de Rivadavia.

La foto argentina se imprime sobre un contexto regional donde el evangelismo gana terminales en la política. En el Congreso local, tras las elecciones de octubre, crecieron las voces de identidad religiosa explícita —con figuras como la neuquina Nadia Márquez— y se ensayan articulaciones parlamentarias “pro-vida/pro-libertad religiosa” que miran a Brasil como espejo. La visita de Graham funciona, entonces, como bendición internacional de un proceso que ya venía en marcha.

Para el oficialismo, el intercambio trae dos beneficios. En el frente externo, acerca a un actor que habla el idioma de Washington y del conservadurismo social que hoy marca agenda en varios países. En el frente interno, refuerza una coalición cultural que el gobierno promueve desde el día uno —la que bautizó “batalla contra la ideología de género”— y que usa como marca identitaria en cada foro multilateral, incluso a costa de aislamientos diplomáticos, como el reciente rechazo a la declaración de igualdad de género en el G-20. Graham, que defendió abiertamente a Trump y cultivó su liderazgo en ese ecosistema, es un aliado funcional a esa narrativa.

La relación no es inocua. Las organizaciones que encabeza Graham combinan asistencia humanitaria eficaz con posiciones excluyentes en materia de derechos civiles. Cuando esos valores entran por la puerta grande de la Casa de Gobierno, también entra una forma de leer políticas públicas de salud, educación y diversidad que ya tuvo traducción institucional en Argentina: cierre de organismos, tijera presupuestaria para programas de género y objeciones a acuerdos internacionales que mencionen derechos sexuales y reproductivos. El evangelismo global no viaja solo: trae su manual, que se lleva de perlas con el manual del gobierno de Milei.

Desde la vereda política, la señal es doble. Hacia adentro, consolida la alianza del mileísmo con un actor que moviliza fieles, pauta y estructura. Hacia afuera, exhibe sintonía con el conservadurismo religioso estadounidense en un momento en que la Casa Blanca y su periferia ideológica vuelven a mirar a América Latina como tablero de influencias. Si se busca un “soft power” de bajo costo, el púlpito es una herramienta tentadora.

Conviene, además, no perder de vista el mapa doméstico. La “brasileirización” de la derecha —con bancadas evangélicas más disciplinadas y agenda moral como llave de negociaciones— viene creciendo en volumen e incidencia. La foto de Milei con Graham no crea esa tendencia: la legitima. Y en la lógica del gobierno, legitimar actores que ofrecen músculo territorial y cultural es parte del método de supervivencia parlamentaria.

En términos de relato, la escena también cumple una función simbólica: si el presidente se define como cruzado contra el “woke”, y su cancillería colecciona disensos en foros donde se discuten estándares de igualdad, sentarse con uno de los evangelistas más influyentes del mundo confirma el rumbo sin necesidad de un discurso. El mensaje se entiende en castellano y en inglés: alineamiento de valores, alineamiento de redes.

Queda abierta la pregunta práctica: qué trae, además de fotos, este puente con el evangelismo internacional. Es probable que habilite cooperación social puntual y, sobre todo, un intercambio constante de legitimidades: Graham y su red ganan acceso a un presidente que capitaliza su visita. El presidente gana un sello que ordena parte de su coalición y le presta voz en la conversación conservadora global. Si el costo de esa alianza será más polarización en derechos civiles o choques en foros internacionales, lo dirán los próximos capítulos. Hoy, lo cierto es que la alianza existe y que el gobierno decide profundizarla.

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Leandro Retta