El presidente volvió a escena bonaerense con una frase que ya es afiche: “abrazar la civilización y la libertad… o volver a la barbarie comunista de los Kirchner”. La consigna, lanzada en Tres de Febrero, reubica el viejo eslogan de campaña: ya no es solamente “la casta vs. la gente”, ahora la grieta tiene upgrade moral—civilización con libertad versus barbarie con apellido. Como si un Sarmiento asesorado por Santiago Caputo hubiera aprendido a tuitear.
La referencia no es inocente. “Civilización y barbarie” es una antinomia que atraviesa la cultura política argentina desde el siglo XIX, instalada por Sarmiento en Facundo. Entonces, “civilización” era lo urbano y europeizante; “barbarie”, el interior, el gaucho y el atraso. Milei toma esa matriz y la reescribe: su civilización es “con libertad” (marca registrada libertaria que no significa nada concreto) y su barbarie son los Kirchner, vueltos en comunistas por la falacia del hombre de paja. Un giro semántico con pretensión de sentencia histórica y utilidad electoral.
El problema es que el rótulo “comunista” entra a martillazos. El peronismo—y su corriente kirchnerista—es un movimiento nacional-popular y heterogéneo, con etapas de estatización y regulación, sí, pero a galaxias de un sistema comunista. La etiqueta funciona más como dispositivo de polarización que como descripción. En términos de manual, es el uso contemporáneo de la vieja dicotomía sarmientina para reducir la conversación a un dilema binario.
¿Y por qué ahora? Porque la consigna “la casta” rindió como gancho en 2023, pero para 2025 la épica requiere un antagonista total. La literatura reciente sobre la narrativa mileísta muestra ese pasaje: del señalamiento a élites políticas (“casta”) al señalamiento moral de enemigos culturales. Cambia el volumen, no la lógica: la identidad se refuerza por oposición absoluta.
La escalada retórica tiene antecedentes frescos. Medios internacionales han registrado la deriva de Milei hacia calificativos deshumanizantes—del “casta” a los “mandriles”—como parte de una estrategia que profundiza la polarización y achica el espacio deliberativo. Si el adversario es una bestia o una “barbarie comunista de los Kirchner”, no se debate: se combate. Eficaz para encuadrar la campaña; tóxico para la conversación pública. De todavía abierto resultado como estrategia electoral.
El agregado “con libertad” es la contracara cultural de su cruzada. No es solo economía: es un relato civilizatorio que se completa con gestos simbólicos—limpieza de íconos peronistas, rebautismos, prohibiciones de emblemas—presentados como neutralidad estatal. La promesa: una esfera pública “deskirchnerizada” donde, por fin, reine la libertad. El costo: confundir pluralismo con poda de memoria y convertir la neutralidad en un proyecto ideológico más.
La escena del día mostró también el límite del encuadre heroico: su desembarco en Tres de Febrero debió comprimirse y el discurso terminó desde una camioneta, acorralado por la protesta vecinal. Cuando la realidad se desordena, el recurso vuelve a ser la placa: civilización con libertad o barbarie comunista. Sarmiento no previó los cacerolazos.
¿Sirve políticamente? Sí: ordena a los propios y obliga al resto a contestar desde una esquina semántica ajena. Pero tiene efecto secundario: si todo lo que no es “mi libertad” deviene “barbarie”, la gestión se mide menos por resultados y más por fidelidades. El riesgo es que la épica del dilema reemplace la prosa de gobernar, justo cuando la economía aprieta y las soluciones requieren más puentes que slogans.
Sarmiento, por lo menos, escribía para educar una república; Milei, para ganar una notificación en el celular. Que el presidente cite la antinomia no la hace verdad contemporánea: la Argentina de 2025 no necesita elegir entre “civilización con libertad” y “barbarie comunista de los Kirchner”, necesita que la libertad no sea un sticker y que la civilización no dependa de estigmatizar al adversario.
Veremos que pasa después del 26 de octubre.