Mercedes Benz y otras empresas se van de Argentina

Pese a las agachadas con EEUU, las empresas internacionales se van del país y las inversiones no llegan

Pese a las agachadas con Washington, las multinacionales siguen buscando la salida de emergencia. En estos meses se confirmaron ventas o retiros de Mercedes-Benz (vendió su fábrica y operación local a un grupo argentino, cerrando más de 70 años de presencia industrial), Telefónica (acordó la venta de su filial a Telecom y quedó sujeta a revisión de competencia), HSBC (traspasó todo su banco a Grupo Galicia) y ExxonMobil (se desprendió de activos en Vaca Muerta).

La lista sigue con consumo masivo y seguros: Clorox vendió plantas y marcas (Ayudín/Poett) en Argentina, Uruguay y Paraguay a un fondo de private equity; Prudential se retiró del negocio de vida y traspasó su cartera a un grupo local. En ambos casos, no hubo épica de “capitales golondrina”: hubo análisis de la situación económica, contratos y un “muchas gracias por todo”.

¿Y el “plan Bessent” para seducir al capital? A lo sumo garantiza la bicicleta financiera: el Tesoro de EE. UU., bajo el mando de Scott Bessent, compró pesos y acordó un swap por US$20.000 millones para planchar el dólar y dar “piso” a bonos hasta pasar las elecciones. Eso cuida a los fondos con cartera en pesos/ADR; no instala una planta, no perfora un pozo ni abre un data center. Es un chaleco salvavidas… para los que ya estaban en el barco financiero.

Mientras tanto, en la economía real, el RIGI —esa alfombra roja fiscal, cambiaria y aduanera para mega-proyectos— no mostró el “shock” prometido. Hubo 7–8 aprobaciones en un año (oleoducto Vaca Muerta Sur, minería de litio, siderurgia), por US$13–16 mil millones declarados, y un buen lote de expedientes en espera por ~US$18 mil millones. Entre tanto, también hubo rechazos (caso Ganfeng) y muchos anuncios que eran proyectos ya previstos que migraron al régimen para capturar beneficios.

Los defensores dirán que “está funcionando” porque existen esos expedientes. Los escépticos traen los números: informes críticos señalan que, contra promesas de US$50.000 millones, el RIGI apenas logró una fracción y que el saldo efectivo de IED 1º semestre 2025 fue magro o negativo. En el medio, el Gobierno celebra cada adhesión como si fuera desembolso cash mañana a la mañana. Si fuera fútbol, estaríamos festejando pases filtrados sin mirar el marcador.

Pongamos perspectiva histórica. En 2003–2015 la IED tuvo años fuertes (2011–2015) con picos cercanos a US$11.7 mil millones en 2015; tanto que 2016 —primer año del ciclo siguiente— cayó a US$3.26 mil millones, el menor ingreso desde 2003, según INDEC y relevó Chequeado. Hoy vemos una IED ~1.8% del PBI en 2024, niveles bajos para una economía que necesita inversión física para crecer. No es ideología: es contabilidad.

¿Se justifica entonces la genuflexión? Los dólares oficiales para domar el MEP y el CCL le hacen cosquillas al humor de mercado, sí. Pero no cambian el arbitraje de las multinacionales: si el país luce recesivo, con tarifas y salarios licuados y demandas internas deprimidas, la decisión racional es vender activos, fusionar, achicar o salir. Por eso Mercedes prefirió vender su unidad local a capitales argentinos; por eso HSBC se fue y Telefónica reordena con desprendimientos (por primera vez desde el alfonsinismo, todos los medios abiertos estarán en manos nacionales). En la City a esto le dicen “portfolio optimization”; en criollo, “si no hay clientes, no hay fábrica”.

El chiste cruel lo contó el propio Bessent cuando habló de evitar un “Estado fallido”: si hace falta un backstop del Tesoro de EE. UU. para que algunos rindes en pesos no exploten, el mensaje a los corporativos es que el riesgo macro es alto y la regla del juego es exógena. Eso puede servir para el carry; para una multinacional que evalúa hundir capital por 20 años es, como mínimo, una luz amarilla.

La comparación regional tampoco ayuda: CEPAL reportó que la IED en América Latina creció 7,1% en 2024, traccionada por Brasil y México; Argentina alterna entre algún aumento sectorial (recursos naturales) y estancamiento de flujos nuevos, es decir, poca inversión “greenfield”. Si al mundo le sobran destinos y a vos te sobra inestabilidad, no te eligen por simpático.

Conclusión rápida, sin metáforas: las empresas extranjeras no invierten en economías en recesión aunque les regales impuestos y dólares financieros tranquilos por decreto. Invierten cuando hay mercado, reglas estables y crecimiento esperado. Y si el Gobierno ofrece condiciones “regaladas”, pasa lo que dice el refrán: “cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”. Entretanto, las que pueden se van o se achican; las que quedan, patean decisiones hasta que el Excel diga otra cosa.