Guillermo Francos descubrió que en el mileísmo no alcanza con ser leal a Milei: hay que serlo también a Washington. Y esta semana, en plena campaña, le colgaron el cartel de “sospechoso de simpatías orientales”. La Política Online reveló que el Jefe de Gabinete mantuvo unas 50 reuniones con enviados chinos en el último año y que, por esa agenda, sectores del trumpismo presionan para correrlo. No es una discusión técnica: es macartismo versión Atlántico Sur.
Como telón de fondo, Diputados ya activó el mecanismo para interpelarlo en el recinto por no cumplir con la Ley de Discapacidad (dos dictámenes avanzaron y la expulsión quedó, por ahora, fuera de cuadro). O sea: Francos llega a la banca con fuego cruzado interno y oposición embalada.
¿Por qué ahora? Porque la “Nueva Relación Especial” con EE.UU. entró en modo celo geopolítico. Trump tensó contra China (amenazó y en algunos casos cumplió con suba masiva de aranceles) y su equipo viene marcando cancha en Buenos Aires: “menos China, más Milei”, prometió incluso el embajador designado, cuyo libreto explícito es limitar la influencia china en Argentina. En ese clima, 50 reuniones suenan, para los halcones, a demasiadas tazas de té.
La guerra interna tiene nombre y apellido: Santiago Caputo. Según La Nación, el estratega presidencial le bajó el tono a la pelea, pero no descartó ocupar un cargo en el gabinete. Traducción en porteño: si la “limpieza ideológica” avanza, el reemplazo ya está en la agenda (o el rumor funciona como globo de distracción hasta pasar las urnas).
Francos tampoco ayudó: entre defensas del “equilibrio fiscal” y desmentidas a medias sobre el dólar, fue alimentando el personaje del que “negocia con todos”, justo cuando la Casa Blanca quiere que se negocie con uno solo. El problema no es su pragmatismo: es que choca con la doctrina pro-EE.UU. a prueba de matices que domina hoy el oficialismo.
¿De verdad Washington decide? En la práctica, sí. El vínculo está hiperpolitizado: Bessent bendice, el Tesoro compra pesos, se habla de swap y de un “deal” arancelario. En ese tablero, el cargo de Jefe de Gabinete es una pieza: si suma con EE.UU., se queda; si resta, se reemplaza. Y la métrica ya no es “gestión”, es alineamiento.
Mientras tanto, la oposición huele sangre y empuja la interpelación. Si Francos logra surfearla, será porque los números del oficialismo lo sostienen; si no, la factura llegará con membrete “Made in DC”. El macartismo importado funciona así: primero te preguntan con quién te reuniste; después, quién te banca.
En criollo: la suerte de Francos se juega en Washington. Acá se discute el reglamento; allá deciden si el “pro China” del Gabinete es un hereje o un activo negociador. Y si al final el que entra es Santiago Caputo, sabremos que el filtro no fue de gestión, fue geopolítico. Mientras tanto, el Gobierno ensaya una pirueta imposible: hacer campaña con la bandera estadounidense en la mano y pedirle a los propios que dejen el té verde para después del 26.
Si el “acuerdo” llega con bombos, el caso Francos podría ser el primer costo interno del alineamiento. Si no llega, será el chivo expiatorio perfecto. En ambos escenarios, el mensaje es el mismo: la política exterior manda sobre la doméstica (la exterior era la única política decía Perón)… y el macartismo ya no es vintage, es política pública y sólo cambio a la URSS por la República Popular de China.