Donald Trump amaneció halcón y se fue a dormir paloma: tras su “12 sobre 10” encuentro con Xi Jimping en Corea del Sur, anunció una tregua comercial por un año y un recorte de aranceles. No, no le brotó el espíritu confuciano de golpe. Le brotó el reloj legislativo: en Washington ya se mueven resoluciones para tumbarle la emergencia arancelaria y recortarle el dedo fácil sobre el botón del 10% universal. Mejor bajarlos él, posar de estratega y que el Congreso parezca el aguafiestas. Manual de supervivencia en modo “yo los aflojo antes de que me los aflojen”.
La foto de Gyeongju/Busan fue todo lo que a Trump le gusta: cámaras, adjetivos máximos y promesas elásticas. La sustancia, sin embargo, existe: reducción de parte del paquete arancelario, suspensión por 12 meses de fricciones sensibles (minerales estratégicos, controles a sectores específicos) y el gesto agrícola que su base pide desde 2018: China vuelve a comprar soja, al menos por ahora. La tregua no es paz, pero sirve para que el índice de precios no se le suba a la tribuna, y para que los productores del Midwest no lo suban a él al tractor equivocado.
Los portavoces lo vendieron como victoria épica contra el “opioide del comercio” y prometieron cooperación china con el fentanilo a cambio de recortes arancelarios selectivos. Un toma y daca de manual donde cada uno canta su estrofa para la platea: Trump explica que castigó y luego “trajo a Xi a la razón” mientras Xi explica que protegió cadenas de suministro y estabilizó expectativas. Los mercados, modestos, agradecen menos ruido en chips, puertos y tierras raras durante 12 meses. Lo llaman “respirar”.
¿Y por qué justo ahora? Porque mientras Trump practicaba su diplomacia del apretón de manos, en el Capitolio calentaban motores para votarle en contra los aranceles vía resolución que termina la “emergencia” de abril y, en paralelo, proyectos que habilitan al Congreso a bloquear nuevos mazazos tarifarios por decreto. Traducido: el Ejecutivo negocia tregua, el Legislativo negocia límites. El orden de los factores importa: si cede primero el Congreso, Trump pierde la épica; si cede primero Trump, el Congreso queda como contrapeso responsable. Ganador por puntos: la realpolitik.
El remate teatral llegó con las cifras mágicas: de 57% a 47% en aranceles sobre un conjunto de importaciones, halving de la sobretasa “antifentanilo”, y promesas de revisar controles a semiconductores sin tocar el sancta sanctorum tecnológico. Ni un divorcio ni una boda: un noviazgo con fecha de vencimiento y revisión anual. Si en el interín la inflación baja, fue la tregua; si sube, fue Xi. Un clásico.
La otra pinza que empujó a la Casa Blanca fue más prosaica: su propia base. El campo quiere vender granos ya, y los industriales que importan insumos no disfrutan pagar la campaña con sobreprecios. Trump lo sabe: firmar una pausa “contra su voluntad” suena mal en Fox, pero vender soja suena bien en Iowa. La tregua, entonces, no es un beso a la globalización: es un salvoconducto para llegar a noviembre con los menores incendios posibles en precios y cadenas.
¿Significa esto el fin de la guerra comercial? Ni por asomo. Quedan fuera del congelador las disputas por IA, chips de punta, TikTok y defensa, que son el corazón de la competencia estratégica. La tregua compra tiempo, no amistad. Alcanza, sin embargo, para que algunos expedientes incómodos (investigación sobre astilleros chinos, controles portuarios cruzados) entren a la heladera un ratito. Un respiro para que cada uno ordene su libreto doméstico.
En el Senado, mientras tanto, corren relojes propios: debates para revertir tarifas globales, transmisiones en vivo con tono de “rescatemos al consumidor”, y algún republicano moderado que osa decir en voz alta que un impuesto general del 10% a todo lo importado es un impuesto al votante. La tregua le sirve a Trump también para desactivar un potencial papelón parlamentario. Firmó en Asia lo que podía perder en casa. Humo blanco con sabor a humo electoral.
Queda la moraleja VEM: esta no es la paz de los valientes, es la pipa de la ansiedad. Trump, que colecciona “treguas blandas” como trofeos (de Ucrania a Medio Oriente, pasando por el pasillo de los aranceles), encontró otra forma de declararse ganador mientras retrocede un metro. Xi, que no tiene elecciones cada dos años, cobra en estabilidad y abastecimiento. Y el Congreso, que no quería ser el malo de la película ante el Midwest y los importadores, podrá decir que “la presión funcionó”. Cuando todos ganan el relato, alguien paga la cuenta y suele ser el pueblo. Por lo pronto, la pagará el calendario. Dentro de un año, volvemos con la misma escena y nueva utilería.

