La “guerra contra las drogas” versión 2025 tiene una postal nítida: barcos de guerra de Estados Unidos patrullando el Caribe, drones apuntando desde el cielo y lanchas que vuelan por los aires frente a las costas venezolanas. Washington lo vende como un “conflicto armado no internacional” contra los cárteles, una especie de mini-guerra global pero low cost: no hay Congreso, no hay ONU, no hay juicios, solo un misil inteligente que decide quién era “narcoterrorista” y quién no.
En uno de esos operativos, una lancha que salió de San Juan de Unare, un pueblo de pescadores venezolanos reconvertido en ruta narco por pura devastación económica, fue pulverizada por un proyectil. Once personas murieron en segundos. El video, difundido orgullosamente por el gobierno de Estados Unidos, muestra el fogonazo sobre una barcaza que –según ellos– llevaba droga hacia Trinidad y Tobago, paso previo rumbo a EEUU. Del otro lado, las familias de ese pueblo hablan de padres de familia que se suben a esas lanchas entre la necesidad y la extorsión de las bandas, en una zona tomada por el crimen organizado hace más de dos décadas.
No fue un hecho aislado ni un exceso puntual. En paralelo a ese ataque, el Pentágono informó más operaciones similares: al menos cuatro lanchas destruidas frente a Venezuela, más de una veintena de muertos, y una presencia sostenida de buques de guerra y miles de efectivos en el Caribe. Y mientras Infobae cuenta los misiles como si fueran goles, desde VEM recordamos que desde septiembre ya son casi dos docenas de embarcaciones atacadas y más de 80 personas asesinadas en el mar, sin que la Casa Blanca haya mostrado una sola prueba sólida sobre quiénes iban a bordo más allá de sus propias etiquetas de “narcotraficantes” y “narcoterroristas”.
Hasta acá, el guion oficial: los malos van en lancha, hablan con acento venezolano y mueren sin abogado. El problema empieza cuando girás la cámara hacia Nueva York. Ahí, un expresidente hondureño condenado en 2024 a 45 años de cárcel por narcotráfico –acusado de ayudar a pasar más de 400 toneladas de cocaína hacia Estados Unidos, de usar al ejército y la policía como escolta de la mercadería y de cobrar millones en sobornos de carteles como el de Sinaloa– recibe un regalo presidencial: la promesa de un indulto total y completo.
Ese hombre se llama Juan Orlando Hernández, exmandatario del conservador Partido Nacional de Honduras. El mismo Trump que define a Nicolás Maduro como “narcopresidente” y a los muertos en las lanchas como “narcoterroristas”, anunció en su red social que va a perdonar a Hernández porque, según “mucha gente respetable”, fue tratado “con dureza e injusticia”. En el mismo mensaje, no se olvida de hacer campaña: felicita por adelantado a Hernández por su futuro indulto y exige que el pueblo hondureño vote a Nasry “Tito” Asfura, candidato del mismo Partido Nacional, bajo amenaza de cortar la ayuda económica si gana otra opción. Si funcionó en Argentina, ¿por qué no probar en Honduras?.
Obviamente, en Tegucigalpa esto no cayó como un simple comentario de color. Rixi Moncada, candidata del oficialista partido Libre y heredera política de Xiomara Castro y Manuel Zelaya, denunció “dos acciones concretas de injerencia” de Estados Unidos a tres días de las elecciones: el anuncio del indulto a Hernández y el respaldo explícito de Trump a Asfura. Los llamó, sin vueltas, “actos de campaña” a favor de sus “candidatos títeres” de la derecha hondureña. La escena es perfecta: mientras una lancha vuela por los aires en nombre de la lucha contra el narco, un narcopresidente condenado recibe el guiño del amo del portaaviones.
Ayer, Honduras fue a las urnas. Con algo más de un tercio del escrutinio, el conservador Nasry Asfura, conocido con el peculiar apodo de “Papi a la orden”, se ubicó primero con alrededor del 41% de los votos, seguido muy de cerca por el liberal Salvador Nasralla con un 39%. Rixi Moncada, del oficialismo, quedó tercera con cerca del 20%, en un retroceso fuerte de Libre. Honduras gira a la derecha con respaldo de Trump. No solo porque gana un candidato conservador, sino porque ambos primeros puestos están ocupados por variantes de derecha, mientras el experimento progresista de Xiomara Castro sufre una derrota dura.
Nada de esto pasa en un vacío. Honduras fue durante décadas la plataforma militar privilegiada de Washington en Centroamérica, hogar de la base de Palmerola, el “portaaviones estadounidense” en la región, como ironizan incluso funcionarios hondureños. Desde allí se proyectaron operaciones contra Nicaragua en los 80, se toleró un golpe de Estado contra Manuel Zelaya en 2009 y se administró un modelo de país exportador de migrantes y cocaína, con remesas que hoy representan casi un tercio del PBI. El narco fue parte del negocio hasta que un día, por razones internas de poder, uno de los gerentes –Hernández– pasó de socio estratégico a condenado ejemplar… y ahora, otra vez, a beneficiario de la gracia imperial.
En paralelo, la narrativa contra Venezuela escala a niveles de historieta. Maduro es presentado como jefe del “Cartel de los Soles”, sin pruebas concluyentes, se ofrece una recompensa millonaria por su captura y se justifica el despliegue militar en el Caribe como si se tratara de una guerra legítima contra un enemigo armado. Los muertos en las lanchas no tienen nombre ni historia: son “narcos” por definición. Mientras tanto, al presidente que –según el propio Departamento de Justicia de EEUU– convirtió a Honduras en un narcoestado y dejó pasar cientos de toneladas de cocaína, se lo describe como una víctima de excesos judiciales que merece “recuperar la tranquilidad y la felicidad de su familia”.
Lo que asoma, detrás del humo de los misiles y los comunicados solemnes, es bastante menos épico que una cruzada antidrogas y bastante más viejo: una guerra selectiva donde “narco” es un adjetivo geopolítico. Si sos pescador pobre en una costa venezolana y terminaste arriba de una lancha del crimen organizado, sos “narcoterrorista” y te cae un misil sin juicio. Si fuiste presidente, firmaste contratos con Washington, facilitaste la ruta de la cocaína hacia su mercado y garantizaste la base militar, sos un “aliado confiable” al que se puede indultar en nombre de la libertad. La diferencia no está en la droga: está en de qué lado del misil te para Donald Trump.

