Primero dijeron que no era rescate. Después aclararon que es “un puente hacia un futuro mejor”. Y entre una y otra frase apareció la sinceridad brutal: Estados Unidos no quiere “otro Estado fallido en América Latina”. El que lo dijo no fue un tuitero anónimo, fue Scott Bessent, secretario del Tesoro de EE.UU. y virtual ministro de economía argentina, al oficializar el swap con el BCRA este 21 de octubre. Si eso no es admitir que el plan libertario venía a los tumbos, ¿qué sería?
En la práctica, el paquete ya está sobre la mesa: un swap por USD 20.000 millones con el Banco Central como eje del “acuerdo de estabilización”, más intervenciones directas del Tesoro norteamericano comprando pesos (sí, en spot y en el “blue chip swap”) para que al dólar se le pase la fiebre (spoiler: no está funcionando) y una segunda pata de financiamiento por otros USD 20.000 millones que Washington intenta cerrar con bancos y fondos soberanos. Traducido: soporte cambiario hoy y un intento de respirador financiero para mañana para evitar que la Argentina libertaria no sea un estado fallido, palabra que remite a Siria, Libia o algunos de los países más pobres de África.
La épica oficial lo pinta como diplomacia de alta escuela; la letra de los funcionarios, en cambio, es transparente. Bessent lo remarcó: “No queremos otro Estado fallido en la región” y por eso el acuerdo es “un puente, no un rescate”. Es la forma elegante de decir: si no metíamos los dólares y la mano en el mercado, esto se iba al diablo.
Para que nadie se confunda, Trump aportó su propio subtitulado dramático: “Argentina está luchando por su vida… se están muriendo; no tienen dinero, no tienen nada”, dijo el domingo, justificando la ayuda y hasta condicionando su “generosidad” a lo que pase en las urnas. Es raro el “mejor gobierno de la historia” que necesita que el padrino diga en público que el paciente se nos muere si no lo asistimos ya. Manuel Adorni quiso reinterpretarlo pero el mensaje llegó claro: «Sin dólares norteamericanos, Argentina se muere».
Por si faltaban señales, el Tesoro de EE.UU. ya intervino varias veces en estos días comprando y vendiendo pesos a través de bancos internacionales (Citi, Santander). O sea: no es promesa; entraron. La “magia” de la pax cambiaria preelectoral tiene autor, firma y broker pero no está funcionando según los planes.
El remate comunicacional de Bessent fue didáctico: esto no es un rescate (palabra maldita), es “interés estratégico” de EE.UU. en el Cono Sur. Estabilizar a Milei es prioridad geopolítica —incluida la competencia con China—, y para eso Washington pone swap, compras de pesos y, si cuajan garantías, un repo o facility de deuda. ¿Que Milei y Caputo insisten con que son “los mejores de la historia”? Perfecto; pero el que paga la ambulancia está contando otra película.
La contradicción pública queda servida: mientras en Casa Rosada ensayan el discurso del exitismo (“somos el mejor gobierno”, “tenemos el mejor ministro”), sus propios aliados dicen que sin soporte externo no llegaban enteros al domingo. Y no lo dicen en off: lo dicen en conferencias, hilos y notas on the record. Si el plan caminara solo, no haría falta que el Tesoro norteamericano haga lo inédito de salir a comprar pesos argentinos.
¿Alcanza el puente? Ahí está el otro subtexto. Politico y Financial Times remarcan que el segundo tramo de USD 20.000 millones no está cerrado y que el apoyo es volátil (léase: político). Si el resultado electoral no acompaña, el propio Trump advirtió que “no seremos generosos”.
Mientras tanto, el dólar ya no le hace caso a Bessent. Esto no es “milagro austríaco”; es intervención extranjera. Y cuando el jefe del país que interviene te describe como un paciente “que se está muriendo”, quizá convenga bajar el volumen del triunfalismo y subir el de la realidad: si llegara a haber estabilización, hoy viene made in USA. Mañana, veremos.